viernes, 15 de agosto de 2008

Esta igual necesidad es cabalmente lo que constituye la vida del todo-G. W. F. Hegel

De la felicidad (la mía)
Fuimos al registro civil a sacar turno. Nos atendió una gorda muy enojada con un solero largo que baja y se pierde lleno de flores rojas. Nos dio turno para el tres de febrero a las doce. Juan se veía acalorado. Yo también, pero con los ojos bien abiertos y sin ver nada, salvo el día brillante de mi felicidad oficial.

De las cretonas, y si hay que arrancarles las flores
A la cretona hay que arrancarle la flor para que no se muera. La flor es un tallo largo en el que se posaron cien pájaros blancos y celestes, una bandada de orquídeas con el labio inferior alargado ofrendando su pequeño sexo a las artes fecundadoras del polen. Pero cuando le sacamos la flor, las hojas se despliegan en una frondosidad más solemne de matrona de tonos verdes y violetas. Y si no se incitara a ese cambio la planta se moriría de todos modos. La flor pasión de la planta amor es la cretona y su conversión durante la maternidad es su manera de seguir, de que Belleza no tenga que morirse joven. Como la diferencia que hay entre alquilar un departamento y ser el dueño. La casa de al lado cada dos años cambia de color y de habitantes. Siempre tienen los muebles en tránsito, la mirada de los extranjeros. Tener la libreta matrimonial en el cajón superior derecho de la cómoda del dormitorio me va a hacer sentirme en casa propia.

Del paisaje en el cuerpo de Juan
Juan tiene un paisaje en el cuerpo. Lo escucho cuando apoyo mi oreja en su panza. Hay un sol-corazón que se siente rojo en su tumtum, y hay colinas rígidas entre las cuales circula un riacho serpenteante que borbotea dilatando las paredes de su mundo cerrado. Me dan ganas de ser doctora para leer en esos ruidos la historia y el porvenir de ese cuerpo al que tanto quiero, con esos olores que me son tan familiares como si yo hubiera venido de ahí adentro. Ahora su corazón da unos fogonazos a destiempo. Surgen obstáculos en el movimiento de sus ríos mansos convirtiéndolos en saltos y cascadas. Sería lindo saber si es por la cena o por el tumulto de sus pensamientos.

De una despedida de soltera, y sus efectos
Despedida de soltera en Punta Carrasco. Palmeras, breves estructuras de madera, solo marcos para los vidrios y las puertas vidriadas, mesas vestidas, pasto, barandas, y el río, una plancha marrón, el fondo negro, y luces rojas y azules que se encienden y se apagan justo en la comisura del cielo, se yaman, se suceden como salpicaduras, como espuma de un mar ausente, porque no es mar el río tan grande, tampoco es dulce, no vayan a tratar de probarlo. Mis amigas de negro, yo con pantalón verde, corpiño plateado, una máscara de quetzal sobre la cabeza, como las de los guerreros aztecas, como si mi cara fuera la lengua de mi máscara, como si saludara desde el interior de un pájaro (una no sabe qué puede ocultar el interior de casi nada, mucho menos el de un avedios tropical). Primero la cena y los brindis, los gritos de un novio peludo con minifalda, peluca roja y sombrero de bruja. Los contoneos sobre la silla de una monja con medias negras. En el escenario del restaurante una mujer rubia de piernas largas en minifalda profesional, a la que tiene que tironearle las orejas para que no se le suba, piernas largas con algunos moretones que las medias color carne no pueden disimular, hace ondas con la voz en temas en inglés que te llenan los ojos de gotitas saladas pero dulces. Después el baile. Las luces estroboscópicas que quiebran el tiempo como una madera y reflejan los sonidos que te pegan en el vientre. Los saltos y las risas, casi en el aire pero no volás, no subís, es todo inmanente, y sin embargo tan lindo. Después el silencio más silencioso, y un sonido blanco, y un dolor que no molesta porque quién te saca lo bailado. Y la noche es una almohada de sonidos dormidos, desmayados pero persistentes en su respiración animal, en los restos de su alma inmortal, descansando hasta que se conviertan en una clara desaparición de tu cabeza.

Del casamiento por civil
No llevo un vestido blanco con una cola como pétalo gigante de margarita. No vamos al registro civil en una carroza pecera sobre soportes de oro con columnas figuras mitológicas. No vamos del civil a una iglesia rococó con frescos en el techo imitando cielos abiertos surcados por bandadas de ángeles cuyas alas tienen los músculos tensados. No tocan músicas acaracoladas de ribetes de plata en un órgano que obliga a los torbellinos del aire a ordenarse de mayor a menor, a tomar distancia y emitir quejidos con orden y con medida. Juan no es el príncipe de Holanda. Pero mi traje rosa es tan lindo que mis amigas cierran los ojos cuando paso frente a ellas. El taxi que nos lleva flamea en el viento con sus negros y amarillos de cascarudo africano. Los anillos de oro rojo son fueguitos domados que aceptan vigilar el tesoro de nuestros dedos entrelazados. Yo lloro de alegría como cualquier princesa y Juan me da un beso de lengua que no autoriza ningún protocolo real.

De los invitados
Al casamiento vinieron mis amigas luminosas y mis amigos oscuros. También vino la mamá de Juan, su hija con el novio, mis papis y Margarita, la novia de papá. Para la foto mamá y papá se pusieron en extremos opuestos. Papá estuvo todo el tiempo besándole el cuello a su novia y mamá criticó de Margarita el vestido escotado gris perla y las flores en el pelo. La jueza nos hizo un discurso sobre lo bueno que es el casamiento de personas tan distintas, porque ayuda al mestizaje universal tanto de razas como de credos, de culturas y de edades. A la salida almorzamos en un restaurante a la antigua, con toldo de chapa y paredes con salpicrete. Papá invitó. De entrada melón con jamón, de plato principal carré de cerdo, y de postre helado de chocolate y vainilla. Todo muy rico. Jaime Papá Noel vino con sus dos hijos, los del quinto matrimonio. Un nene de cinco y otro de ocho, los dos muy sufridos. Jaime les hablaba del rito del matrimonio como copia del autoapareamiento originario del dios hermafrodito. La Nancy le recordó a Roberto que ya deberían casarse para asegurarle el futuro a la nena. Lo único seguro en la vida es que se termina, le dijo Roberto mientras sonreía, lo que no le era fácil teniendo en cuenta las masas de piedra sólida de sus cachetes. Doménico fue el único en venir con traje. Quiso decir unas palabras alusivas pero la mujer no lo dejó. Yo todavía no puedo creer que dejar mi diario a la vista de Juan haya funcionado.

De una casa vieja y sus bellezas
Ahora Juan quiere que vivamos en una casa. Dice que no aguanta las peleas de consorcio. La mamá le cedió una casa en ruinas a diez cuadras de donde vivimos. Fuimos armados de pala, escoba, secador, flit, vestidos con armadura de ropas viejas. Nos salieron al encuentro llamas verdepastos, bandadas de mosquimurciélagos, el aullido de los perrilobos sanguinarios del vecino. Una puerta que alguna vez tuvo un color nombrable, y adentro una mata de telas frágiles de demoniarañas, con sus hijitos pululantes adormecidos en cientos de pequeñas madrigueras negras. Cucarachorcos que derribábamos con nuestros mazos zapatiformes. Las arañas caían como moscas, y también caían las moscas envueltas en la tela de las arañas que caían como moscas, bajo el hechizo adormecedor del Anillo de Humo. Bajo el certero plaf de nuestra escobalanza caían las telas que escondían los restos del viejo tesoro de las paredes de medio metro de espesor, bajo un techo que se elevaba a cinco metros por encima de nosotros, que nos hacía estremecer al comprobar que los relatos de las eras míticas de las casas chorizo eran ciertas. Casas con su solidez eterna, con sus escarpadas paredes, con sus techos que desafiaban a los dioses de las alturas del palo de la luz, que eran los horneros, caídos de su pedestal de nubes luego de la invasión de los gorriones bárbaros del norte. Ya parecía que habíamos vencido a las fuerzas de la noche cuando debajo de las baldosas sueltas emergieron sombras que se hacían sólidas, pero de una solidez de babosas y gusanos. Eran criaturas más antiguas, incapaces de volar y trepar y saltar, debatiéndose todavía entre el barro original y la nitidez de las criaturas solares. Se arrastraban por el suelo y no podían ascender si no era adheridos a la piel de los semidioses. Uruk-haiscarudos y trollbichos de humedad que no podían ser destruidos por los chorros de agua brillante que arrojábamos contra las paredes para liberarlas del polvo hechizador que las detenía en el tiempo. Fue necesario un fuego cruzado de Anillo de Humo y zapatazos para acabar con aquellos que se atrevían a permanecer en este territorio en el que habíamos plantado la bandera del reino de la luz, hasta que el barro del origen lo volviera a cubrir después del ocaso de los dioses del pavimento y el hormigón armado. Pero después de limpiar, revocar, pintar, baldear, pulir, se formó en mí un vacío de bordes azucarados en el que desapareció la distancia entre mi cuerpo y mi mente, y tuve la tentación de acostarme en el suelo, y dejar que una enredadera creciera sirviéndome de colchón y de sábana y me acunara al calor del fuego subterráneo que alimenta la fragua de los volcanes y las aguas termales.



De una casa vieja y sus bellezas (continuación)
Juan dice:
Yo no quise aceptar favores de mi madre, esa propiedad nunca la consideré mía, pero ahora podemos ahorrarnos el alquiler y el pago de expensas y además tener casa propia. Claro que va a llevar mucho tiempo acondicionarla para vivir en ella con comodidad.
Está bien, Juan, yo estoy contenta. Descubrí unos platos antiguos, de fondo blanco, con dibujos en azul y en rosa de mujeres con vestidos acampanados y pelucas copos de azúcar, con hombres de pelo rizado, medias largas sobre los pantalones y zapatos de taco alto. Esos platos hacen que valga la pena el esfuerzo.

Del caviar que fue y ya no es
El caviar es como bombas de perfume salado que tapizan tu lengua y al apretar contra el paladar liberan ese aroma serio y limpio que te hace sentir la mesa de lunch en un hotel de cinco estrellas al lado del casino iluminado por las luces crecientes del anfiteatro natural en el que Mónaco da sus funciones con el fondo rojiazul del atardecer encima de las ondas suaves del Mediterráneo. Me parece que con esta crisis económica no voy a volver a comer caviar verdadero en mucho tiempo.
Y bueno. Haré caviar de berenjena.

De lo mal que se sintió una vez el amigo de Juan
José Sosa dice:
En aquellas vacaciones me pasó algo muy feo. Estaba acostado en mi cama de una plaza mirando el techo. Empecé a sentir que el cielorraso se iba desdibujando, que se evaporaba y se volvía polvillo, y de pronto comprendí que yo ya no tenía cuerpo, que era solamente una mirada contemplando una nube de polvo. Una mirada sin cara. Cuando el corazón se me aceleró lo sentí como una piedra viviente que flotaba allá abajo, a la altura de mi pecho. Ese corazón no era mío. Lo único mío era mi mirada. Ni siquiera los ojos. Sólo la mirada. Me levanté sobresaltado, empecé a caminar por la habitación y hubo un poco más de solidez. A partir de ese momento me venían imágenes que cubrían las cosas, todas imágenes de lo más horrible que pudiera pensar. Pero no eran pensamientos. Casi podía palparlas. Podía sentir cómo los dedos de ella pasaban a través de mi carne como a través de la neblina, pasaban entre mis vértebras y apretaban mi corazón. Podía sentir esa mano a través del pecho, una sensación opresiva en la forma de sus cinco dedos. Me decía que era sólo una sensación, pero después una voz en mí replicaba ¿y qué no lo es?, y reía, me hacía sonreír con una sonrisa que sentía torcida, la sentía torcida desde adentro. No necesitaba verme al espejo para saberlo. Me espantaba mirar al espejo. Pensaba que el espejo me iba a devolver la imagen de una babosa o un animal con cuernos…
La verdad que ese José Sosa escribe muy bien. Se le ocurren cosas bastante brrr, pero no se puede negar que tiene un lindo estilo.

De lo mismo, pero de otra manera
-¿Juan, Juan sin tierra?
-¿Qué pasa?
-¿Por qué José ve las cosas tan feas?
-¿Qué José?
-Ya sabés.
-Sería largo de explicar.
-¿Por qué no le hablás de las cosas lindas?
-¿Cómo sabés que no?
no entiendo por
qué te preocupa si te resulta tan odioso.
-Es curiosidad, no más.
-Hay algo muy malo en él.
-Yo no creo. Él tiene su belleza, también. Y nada bello es malo.
-¿Estuviste leyendo a Platón?
-Leí algo de filosofía, sí. Pero no lo digo por eso. Siempre sentí…
-¿Qué cosa?
-Eso, que el bien, la belleza y la verdad.
-Hay verdades feas.
-No estoy de acuerdo.
-Hay verdades que duelen.
-La luz es linda y si recién te despertaste te duele.
-Otras vez Platón.
-No, no es Platón. Yo siento eso.
-¿Sabés una cosa?
-¿Qué?
-Te quiero mucho.
-Yo también.
-Pero él no. Quiero decir, no creo
que te quisiera. Si llegara a
conocerte.
-¿Por qué?
-Ya se sabe que alguien que sufre
mucho le termina tomando el
gusto.
-Ya te dije que no veo nada malo en sufrir. Salvo para una
piedra, o una planta. Si la piedra sufriera cada vez
que la patean, o la planta cuando le cortan una hojita.
Pero sufre el que puede soportarlo. Y si no puede soportarlo se
divide en dos y listo.
-¿Cómo sabés?
-No lo sé, lo siento.

De lo que me hace feliz
Dos cosas me hacen feliz: el deseo de Belleza que hay en mí, y la presencia de Belleza afuera de mí. Me hacen feliz porque la existencia de Belleza que llena mi deseo es una pura y maravillosa coincidencia. Decir que la vida tiene sentido es lo mismo que decir que tiene belleza y que quiero esa belleza.

Del amor que cura
-¿Qué, Juan?
-Yo no dije nada.
-Pero pensaste algo.
-Sí.
-¿Qué pensaste?
-Me acordé de cuando nos conocimos.
-¡Qué dulce! Gracias.
-¿Gracias por qué?
-Por acordarte. Recordar siempre es algo para agradecer.
-Estás muy sentenciosa, vos.
-¿Te molesto?
-No, pero a José sí… le molestarías.
-¿Cómo sabés?
-Lo conozco.
-Por ahí necesita otra cosa.
-¿Cómo qué?
-Una mujercita buena que lo cure con su amor.
-Eso es muy ingenuo.
-¿Qué tiene de malo un poco de ingenuidad?
Así anda el mundo con tantas suspicacias y teorías.
-Las teorías son necesarias.
-Algunas, porque son lindas y buenas y verdaderas.

Del tiempo y el recuerdo
Me encanta la equidistancia que tienen las cosas en el tiempo. Es lo que hace que parezcan tan consistentes. Por más que coma, crezca y me reproduzca, es decir, esté viva, no puedo alcanzar a Juan ni en un minuto de su edad. Yo corro detrás de él y cuando creo estar ahí, él es la misma cantidad de años mayor que yo que en el momento anterior. Tomo distancia o me acerco sólo en relación con lo que fui. Mi bisabuelo, a medida que yo me aproximaba a él creciendo, se hacía más mármol, más estalactita, como queriendo esconderse detrás de sí mismo. Parecía su propia petrificación, el pelo lleno de cenizas, los ojos hundidos, la piel erosionada y reseca. Me hizo desarrollar mi primera teoría. Envejecer era enlentecerse, era moverse cada vez más despacio, sólo que para él eran las cosas de alrededor las que iban cada vez más rápido. Acercaba un trozo de carne a su boca y ya estaba frío, olía una flor y al alargar la mano para tocarla ya se había cerrado, cuando pensaba qué lindo sol ya la luna se enredaba en sus canas y en su piel que sabía de meteoritos y de cráteres, a un nivel más pequeño. Tenía ya ciento dos años y estaba inmóvil en la silla mecedora y no me contestaba porque mi voz era para él un zumbido lejano, y solamente después de hablarle mucho me acariciaba con su mano temblorosa como quien acaricia en el recuerdo.
La noche después de limpiar la casa donde vamos a vivir, con todos los músculos relajados y la mente en blanco, me visitó una escena muy vieja. Era la primera vez que entraba en la cocina de la casa de mi bisabuelo. Era de noche, paredes narangrimarrones, un mueble de cocina alto tan alto, una mesa de madera grande tan grande, y en medio de todo algo tan pero tan, una lámpara asomando en un cono de metal verde colgado del techo con un cable negro. La luz era pobre, no se animaba a mostrarse, trataba de lucir un poco con un vestido de retazos ambarinos. Era igual a la lámparasol del Guernica. Más que lámpara parecía vela o alumbrado a gas. Pero todo lo que llegaba a mí de esa cocina comedor de techo lejano era una rugosidad complicada de su luz, la misma luz en la que la lámpara no podía mostrar más que timidez y debilidad. ¿Acá comés, abuelo Miguel?, le pregunté a mi bisabuelo, pero obvio que ese era su lugar, que esa penumbra era él hacia afuera y que esa lámpara era su mundo, un mundo antiguo hecho de ruinas todavía habitables, ruinas por ese color de foto vieja, esos contornos de ilustración de libro de historia. No sé que pasó con esa casa. Pero en la cocina que estamos arreglando ahora hay un cono en el que asoma una lámpara. Mientras estaba fregando los pisos y sacando de abajo del hormo una colonia de moho verde con forma de esponja que alguna vez debió ser una esponja, no lo había visto. Ví el cono a través de los ojos de la nena de tres años que sentía la distancia temporal que la separaba de su abuelo y que nunca iba a poder achicar, ni siquiera al final.

De la música como problema
José Sosa dice:
Los conciertos de Richard Cleiderman se me hacían tan delgados y frágiles, con esa consistencia de cristal que vibra y se estira y se hace tan hilo y no se rompe, que me repercutían en el estómago haciéndome sentir sublime hasta la náusea. La creación no podía ser más que el vómito de un Dios intoxicado por una mezcla de ensalada con abundante vinagre y música de Cleiderman. El mundo tenía para mí, fuera de casa, la consistencia arabesca de una serpiente viscosa tarareando una pieza de Chopin.

De la belleza que molesta
José Sosa le tiene alergia a Belleza. Ese es su problema. Yo lo entiendo. A veces molesta una belleza que parece cosa vieja. Como una sobredosis de miel. Por ejemplo, había una vez, cuando yo era muy chiquita, una oleada cósmica que se reflejaba en el gusto por las luces blancas, rojas y azules y los fondos negros, los aparatos y los autos cuadrados. Había miniseries de ciencias naturales e historia, teatro shakespeariano con actores vestidos con ropa de cuero y sin más escenario que una columna romana y un banco de madera. Había un programa de computadora con fractales luminiscentes que variaban de amarillo fluo a verde y rojo. Era una época casi sin colores pastel. Los temas musicales se hacían con un teclado que se podía llevar debajo del brazo y los héroes de las películas eran jóvenes geniales aliados con científicos locos-pero-buenos y agentes de la CIA que trataban de evitar una guerra nuclear, con rusos con capotes de piel y sombrero peludo que daban un beso en cada mejilla. En ese momento no parecían andar por ahí Unidad y Belleza. Después vino el SIDA, el fin de la guerra fría, la ingeniería genética, las ondulaciones monótonas de la música tropical. Un pichón ciego y sin plumas. Y no te culpo, José Sosa, si todavía no le ves a esta época las ganas de volar.

Del adentro y el afuera
Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que la vibración de la luz cuando me despierto temprano es producto de los latidos en las arterias de mis ojos irritados. Es que adentro y afuera…Porque, por ejemplo, escucho en sueños que una persona grita. No escucho lo que grita. Después trato de entender qué dice, y entonces voy abriendo los ojos y abro los oídos, porque no puede decirse de otra forma, y los gritos se van desovillando como una ola en la playa y la espuma es el ladrido del perro del vecino de enfrente. Y justo en el medio hay un magma, hay un griladrido, un ladrigrito, que es las dos cosas y algo anterior, es sueño y es vigilia, es límite, pero no es informe, y también es lindo, pero es lindo como postgrito y como preladrido, y sin el grito soñado y el ladrido vigiliado sería lo mismo que una sonrisa sin labios, que un momento puramente presente.



De la bandera que flamea en mi interior
Siempre me flamea una bandera de colores detrás de la cabeza, justo en ese punto que no podemos ver. Antes lo pensaba como dibujos interiores, pero no. Va cambiando de forma y a veces es tan linda que me hace reír sin saber por qué, otras veces es fea y me enojo y estoy de mal humor y lo molesto a Juan como si él tuviera algo que ver, pobre. No es una bandera coherente. Está hecha de retazos de sueños olvidados, de reflexiones que pude haber hecho pero dejé pasar, de pensamientos que no quise pensar y de sonidos que no quise o no supe escuchar. Durante el día esa bandera está tan tenue, atravesada por la luz a la que es casi transparente, tiñéndola solamente con esa levedad que llamamos la emoción o el modo de estar, de encontrarnos. Pero siempre de noche, al cerrar los ojos, solo hay bandera de retazos, y si la figura que casualmente está agitándose en ese momento es amarga o triste no puedo dormir, tengo que abrir los ojos y esperar a que la bandera infinita siga mutando y al fin se pose ante mis ojos el anticipo de un lindo sueño.

De la cocina como arte
Leí en un libro de cocina que encontré en la casa vieja, que los talladores de frutas y verduras de Tailandia arman para sus reyes rosas de tomate, hojas de pepino, borlas de cebolla, cangrejos de jengibre, esculpen escenas de la vida de la corte con trozos de zapallo. Así hacen justicia a los sentidos que fueron descuidados en cada orden de la Naturaleza. Los pétalos son jugosos, las hojas no lastiman el paladar, las escenas más tristes pueden digerirse sin que a uno le agarre carraspera emocional que haga estallar las lágrimas en sus ojos sonrientes, ojos que no solo se alegran de revivir un momento lindo sino que además se lo comen para satisfacer el paladar. Gracias a esas artes es posible un perrito con aliento de mazapán, un sol con frescura de ananá. Pero en el mismo proceso la naturaleza alimenticia se vuelve bocado de los ojos, el recuerdo y el pensamiento. Y todo eso sin que las verduras y frutas dejen de decir: yo no soy una flor, ni un cangrejo, ni un jardín, ni una escena de la caza del tigre blanco sobre elefantes alfombrados.
Una rosa de tomate no es una flor. Y está bien que no lo sea, porque la unidad de los sentidos, vista, gusto, olfato, tacto, es linda cuando está perdida y llora, y en su llanto se refleja la unidad que llora y el llanto en el que se refleja.

De la vida de las plantas
Volvimos con Juan a la casa nueva después de luchar contra el pasto crecido que llenaba de pinches verdes el jardín de la entrada, dispuestos a encontrarnos con la tierra desnuda que removimos hace dos semanas, y en vez de eso una red de lianas cubiertas de hojas redondas y entre ellas, como luces raras, campanas de seda lila y flores azules con corazón amarillo. Me dio pena tener que arrancar esos yuyos tan lindos, pero tuve la alegre convicción de que no hacía más que adelantar su reloj vital, porque las capas de plantas silvestres son helado de hojas que el sol derrite para fecundar con sus restos el suelo de un nuevo manto verde. Hasta que un ciclo termine y el sol vuelva a la posición desde la que convoca al pasto para que reinicie su marcha trepando por los hilos ondulantes de la luz, esos hilos que para una planta son tan ruina, tan pared empolvada.

De lo que está adentro de un sueño
José Sosa escribe:
La pesadilla que tuve anoche, bueno, en realidad, lo que me pasó ayer y apareció en la pesadilla de anoche, quiero decir, lo que fue siempre mi vida y que noté con claridad ayer a través de la pesadilla que soñé anoche, o sea, lo que mi familia concentró en la vida que ayer… Pero claro, más que mi familia mi país, la inmigración, ese destierro, pero en realidad el destino de la humanidad en esta piedra fría, en fin, lo que heredé de la soledad del Universo…

De la moda y el paso del tiempo
Encontré en la casa vieja unos portamacetas con los hierros acaracolados y una revista de moda de los años setenta. Tiene fotos en blanco y negro de chicas rubias y morenas de pelo muy lacio y fino con vestidos cortos y minifaldas de hilo tan chiquitas que apenas cubren los muslos gruesos y no sabés cómo hacen para que no se vea la puntita de las bombachas. Las modelos de las fotos tienen el cutis tan terso y una cara a veces redonda y a veces alargada pero de líneas tan finas, y son tan jóvenes alegres manzanas doradas, que parece que todo fuera una reconstrucción de época o un baile de disfraces. Si esa rubia capaz que pasó ayer por la puerta de casa, y esa morocha es la cajera que trabaja en el almacén de la otra cuadra.

De la posibilidad de vivir con lo nuestro
Juan quiere que hagamos economía de subsistencia hasta que pase la crisis. Hacer una quinta pero, para no depender del agua de red, usar agua de pozo. Como las capas freáticas están contaminadas hay que hacer un pozo muy rascacielo para abajo. Le dije a Juan que no vamos a poder y él contestó que igual hay que intentarlo, que también la ciencia busca una verdad inalcanzable y gracias a eso encuentra muchas cosas interesantes. Yo no creo en la ciencia. La ciencia dice: las flores no tienen colores, que es lo mismo que decir: las personas no tienen temperamento, o sea, no tienen lo que más tienen, lo que más tienen porque es lo que las tiene a ellas.

De lo que se encuentra cuando se escarba
Hoy encontramos unos trozos de vasijas de color marrón, restos de alguna artesanía que la tatarabuela de Juan habrá comprado durante una excursión a los indios ranqueles. Pero ni una gota de agua.

De la política
Juan está leyendo mucho. Libros sobre movimientos populares argentinos, sobre anarquismo, peronismo, radicalismo y otros megaterios. Dice que quiere psicoanalizar al país, conocer sus traumas infantiles, el origen de su sentimiento de castración. Cuando se pone pesado con eso me voy a la casa nueva y me pongo a leer las recetas viejas del libro de cocina que te dicen: dígale a la criada que le pida al carnicero que le corte la parte más tierna del lomo de la vaca, y cosas así de aristocráticas que te hacen pensar en lo que el viento se llevó.

Del caballito del diablo como misterio
Llueve. No hay dos gotas de agua que sean iguales como dos gotas de agua. Entra por la ventana un caballito del diablo que me dice: en el principio yo era humedad rodeada por una membrana que vibraba al contacto de un rayo de sol, soy vibración y calor convertidos en vida, y ahora tengo un cuerpo con forma de filamento de vidrio, en una punta esfera azul, en la otra dos sensores de sol.
Choca contra el cristal de la ventana, una ventana tan clara que le parece más transitable que el viento, a pesar de que al lado no hay cristal y el agua da saltos ornamentales sobre el alféizar (sea eso lo que sea, me gusta la palabra, me habla de maderas despintadas para apoyar los codos y mirar caer la lluvia como quien oye caer la lluvia). Cuando lo veo agotado por el esfuerzo de lanzar sus ojos hacia el sol con un despliegue de alas que no acepta la solidez del vidrio, decido hacer un milagro. Agarro al insecto de las dos alas, estiro el brazo a través de la parte abierta, sin vidrio, separo los dedos, y en el mismo instante se abren las alas, baten y el caballito del diablo vuela hacia el sol oculto detrás de tanta nube y tanta lluvia. Vuela sin darse tiempo a caer, depositado por mí en el aire como sobre una piedra, sobre un lago congelado, y vuela sin volar, aprovechando los intersticios que abre en la fuerza de gravedad la lucha del aire contra la tierra y el sol. Y no agradece el milagro, no mira a la mano que lo puso del otro lado del vidrio. No me ve porque ve a un nivel más chico, hay tantas cosas que hacer, mover un ojo, plegar un ala, resistir el golpe de las gotas de lluvia. O ve a un nivel más grande, porque yo no moví la mano más de lo que él movió las alas, ¿y de cuál de los dos lados está el milagro? No tiene mérito poner a la tierra a moverse alrededor del sol si te llamás Brahma, Jeováh, Alá o algún otro sinónimo, antónimo o parónimo, que en este caso son la misma cosa.

Del horror al vacío
Lo lindo es que ni un montón de nada alcanza para llenar una burbuja, porque llena de vacío reventaría para adentro. O sea que toda la realidad está tan llena que hasta si terminara en China sería muchisísimo más que nada. (Tomado de mi ensayo sobre las burbujas, escrito debajo de un hermoso parral en el patio de atrás de mi casa nueva).

De mis problemas con la jardinería
No soy muy buena con las plantas. Me gusta que un ramillete de flores rojas o blancas, que es un arbusto que parece un ramillete de flores, me sorprenda en una vereda a la que llego después de subir por una loma, de manera que el rojo aparezca sobre el azul del cielo como un fuego recién prendido para darme la bienvenida. Pero no tengo paciencia para poner plantas en macetas y cuidarlas del frío o del calor o del granizo. Porque si yo planto, y riego, y cuido, se pierde ese “oia” de algo que “plop” y ahí está, y además ¿desde dónde un rojo y un verde?, ¿desde un marrón?, ¿desde un azul?, así tan de repente, y lo que todos los días nada ahora “guau”, porque cómo, si hasta ayer ni siquiera una mirada. Tantas veces “plop” y en seguida “plop” otra vez y ¿qué pasó?, y después el olvido. Pero cuando “plop” y “aia” y “guau” y se queda ahí tan así como el sol, entonces te das cuenta de que es, y es así, y es ahí, y es acá, y tu corazón, y su corazón, que alguno tendrá, porque claro, y sería así aunque tuviera el espesor de una pelusa.


De la cama para un deprimido
José Sosa escribe:
La cama era una corola de pétalos pegajosos, sentía cómo se iba cerrando sobre mi cuerpo y en sueños me abría su tallo hasta el mundo subterráneo donde habita el recuerdo de ella, y hacíamos juntos cosas que al despertarme no podía recordar, me levantaba de la cama de un salto, veía a la cama relamiéndose como una mujer golosa que acabara de comer un chocolate que se hubiera derretido en su bolsillo. Miraba entonces a través de la ventana y el sol era un enorme pato amarillo y las nubes eran gasas que olían a pomada.

Del amigo de Juan, y lo que sabe Juan y no me dice
-¿Juan?
-¿Sí?
-José no está bien.
-No, no está bien.
-¿Juan?
-¿Qué pasa?
-¿Quién es José?
-Ya sabés. Un amigo.
-¿Lo vas a poder ayudar?
-Eso depende de él.
-Yo creo que lo vas a lograr.
-Yo creía que todos podían mejorar.
-¿Y ahora?
-Ahora no.
-¿Y eso cómo te hace sentir?
-Impotente.
-¿Porque no sos omnipotente?
-Es que, si yo fuera él, si necesitara mi ayuda…
-Pero no sos.
-Y, no, pero al pensar en eso me siento como el
pasajero que tiene pánico
y está volando y le quedan diez horas
de viaje y busca una salida y ve el cartel que dice
“salida” y que señala una de las compuertas y el
tipo se saca el cinturón de seguridad, camina alelado
hasta la salida de emergencia, pone la mano en
la manija y… Ay…¿por qué me pegaste?
-Porque si abrís la puerta
nos morimos los dos.
Ah, perdón, no me había presentado.
Mi nombre es Tatiana, encargada de a bordo.


Del futuro como utopía
José escribe:
Imaginaba para el año dos mil una ciencia capaz de vencer la vejez de mi perro terrier llamado Chueco por una pata más corta que hacía que me gustara negarle las caricias para sentirlo llorar y así aumentar mi compasión por él y llenarlo después de mimos entre cola que se agita y saltos de alegría. El hambre y la muerte y la injusticia social tenían que dejar de existir solo porque era el año dos mil. Era el futuro, y el futuro es el lugar de la felicidad.

Del significado de la música y su relación con el cuerpo (de Juan)
Al principio me gustan los allegros de los temas, pero después me quedo con los adagios, que me dicen más cosas, cuando la melodía pegadiza quedó agotada en sus significados. Ahora al hacer el amor me llama la atención alguna parte del cuerpo de Juan, un lunar en cierta posición, la tonalidad blanquecina de un sector de la piel, algún pliegue fronterizo, la expresión de su cara. Es comer migas que al darnos el mismo sabor sin llenarnos la boca subliman el placer haciéndolo casi cielo estrellado, fuego en la brisa, salpicadura de olas marinas, juego de luces.

De la importancia de lo telúrico para una vida sana
Telúrico es una palabra caverna, pero no de esas cavernas húmedas en las que hay tanta H2O en el aire que te podés morir ahogado con solo tener la ocurrencia de respirar. Es más bien esas cavernas de piedra pulida, que parecen de madera barnizada. Esa palabra todavía se usa en las peñas de Córdoba y de Santa Fe. Pero en Baires centro no porque no hay. A José le falta lo telúrico. En la casa nueva hay telúrico a patadas. Hay telúrico en los árboles del fondo que rompieron los baldosones con sus raíces barbadas. Hay telúrico en las plantas que crecen en las grietas del techo, en el musgo que cubre la pileta del fondo, en la parra, en los ladridos del perro del vecino. Hay telúrico en el techo plano, en las goteras, en los libros viejos. Hay telúrico en Juan cubriendo las grietas con revoque, cortando el pasto, pintando las paredes mientras le cebo mate. Gracias china, dice Juan, y sonríe porque tiene un sudor telúrico que le riega en el alma las plantas silvestres recién florecidas.

De un chico y su relación con la madre y con su masculinidad
En la casa de al lado, que es mucho más nueva, hay un chico con cara de sapo, morocho, de pelo enrulado, que juega en el pasto con dos muñecos de plástico. Uno es Batman y el otro un villano robusto, casi gordo, como los musculosos de las películas viejas. El chico les hace decir cosas como: quiero hacer pis, me duele la pierna, voy a dormir la siesta, te quiero mucho. Nada de: toma, maldito, “puf”, “pam”, te voy a matar, y otras cosas más sanitas, más viriles. Después saca del bolsillo un lápiz de labios y les pinta los ídem a los muñecos y les acerca las bocas. Se abre la puerta. Es la madre que lo llama para tomar la merienda. Al chico se le escapan los muñecos de las manos. Le tiembla todo el cuerpo. La madre, que es muy joven, delgada, de pelo negro lacio y usa minifalda, le pregunta qué le pasa, le pone una mano en la frente. Mira los muñecos en el suelo, el lápiz de labios, le sonrie, se siente feliz de que su hijo se le parezca tanto, piensa que lo va a tener toda la vida con ella, porque es tan dulce, tan mimoso, le viene la idea de llevarlo a la cama y hacerle cosquillas como cuando era bebé, saca la idea de su mente de un manotazo como si fuera un moscardón, se angustia, después sonríe, hay que disfrutarlo, se dice, hasta que sea adolescente.

De la verdad en la música
José Sosa escribe:
Buscaba la verdad en la música de Bach, un intersticio que me permitiera asomarme al infinito. A Bach le alcanzaba con poner una misma partitura frente a dos violinistas y hacerlos empezar en momentos distintos. La superposición de la melodía consigo misma cambiaba el entramado del tiempo generando ecos que suavizaban el velo de la vida permitiendo ver a trasluz esos paisajes que había visto también cuando aquella ola me envolvió la cabeza en su paño de sal.

De Juan y su amigo, y quién es quién
No sé cómo pasó pero Juan se fue haciendo cada vez más José. Ya no quiero conocer a José, armar mi José, ahora quiero saber cuál es el José de Juan, armar mi José de Juan como armé mi Juan el día que me enamoré de él.

De lo que veo con los ojos cerrados
Me acuesto a dormir. Siento a Juan a mi lado, lo veo con la piel de mi espalda. Cierro los ojos y puedo pensar que no estoy en el mundo. Pero un poco de esfuerzo y mi lugar se despliega ante mis ojos cerrados como si planchara un mapa arrugado. Sé que mi cama está sobre un piso de madera y que tiene orientación noreste y que si me levanto y doy una vuelta en U me encuentro con el baño en el que puedo hacer tal o cual cosa. Que al lado de Juan hay una ventana con la persiana marrón baja, de la cual sólo llega a mis ojos cerrados el eco de unas franjas de luz. Que si salgo a la calle me voy a encontrar con el foco amarillo que cuelga de un cable, con un par de árboles. Que haciendo tal o cual desvío me encuentro con el almacén cerrado y con el quiosco que atiende las veinticuatro horas. Sé que está la luna por alguna parte, que tiene cráteres y montañas más altas que el Himalaya, etcétera, etcétera.

De los árboles nacionales
-¿Juan?
-¿Tatiana?
-¿Sabés cuáles son los dos árboles nacionales?
-¿Cuáles?
-El palo borracho y el sauce llorón.
-Ja ja. Está muy bien.
-Me gusta hacerte reir.

De la importancia del palo borracho
El palo borracho es nuestro Dionisos. Panzón, de piel rugosa, lleno de flores de colores y formas obscenas, rosadas con manchas, de largos pétalos ondeados que caen dejando ver impúdicamente toda la extensión de su cavidad reproductiva.

De la hybris
-Juan, dejá de leer ese libro ¿de historia de qué?
-De los movimientos populares en Argentina.
-Bueno, eso. Necesito que me ayudes con el crucigrama.
-¿Qué crucigrama?
-Dice: personaje de nombre bíblico
que perseguía a una ballena blanca
llamada Moby Dick.
-Capitán Ahab.
-Sí, son cuatro letras. ¿Y ésta?
Dice: personaje mitológico cuya cólera
fue la causa de su perdición y que tenía
un talón…
-Aquiles.
-Personaje de un célebre libro de Goethe
que hace un pacto con el diablo, retomado
por una obra de Mann que desarrolla la
teoría musical dodecafónica…
-Fausto. ¿De dónde sacaste ese crucigrama?
-Lo inventé yo.

De la importancia de un paseo matinal
Vas caminando un día por una calle arbolada a pleno sol. Sentís de golpe el ruido de los autos y ves, cruzando una avenida, el restaurante en el que habías comido hace una semana, que brillaba como una constelación, tan caoba pulida en la noche, llena de brillos de colores. Ahora está desierto, el viento juega con papeles, las paredes están agrisadas por una pátina de polvo. También pasa que estás en un barrio lleno de casas abandonadas y terrenos baldíos, y cruzando la calle, casonas con parques, mansiones modernas, las veredas limpias, los árboles sacudiendo sus coronas de hojas. Baires es un manto de retazos pequeños, y cada retazo tiene rasgos de cara de personaje ilustre, un Sarmiento, un Roca, un Quiroga. También pasa que vas por la avenida Córdoba hasta Scalabrini Ortiz, vas por Santa Fe hasta Canning, y resulta que Scalabrini Ortiz y Canning son la misma avenida y por un lado y por el otro alcanzás dos puntos separados solamente por unas diez cuadras. Acá siempre se llega a Saint Germain por el camino de Swann. Y a José Sosa por el camino de Juan. Pero Saint Germain es lo que es por la mirada de Swann, que dice lo que es.

Del cementerio y de lo que me encontré ahí
Fui al cementerio a llevar flores a mi bisabuelo. Había un hombre arrodillado frente a la tumba que está al lado de la del señor del rastrillo, esa que tiene las macetas de flores rojas encerradas en un cubo de cristal. El del rastrillo palmeaba la espalda del hombre arrodillado y le hablaba como a un viejo conocido. Me acerqué y supe a los cinco pasos que el hombre que lloraba eras vos, Juan. Cuando te conocí no pensé que fueras una fosa submarina en pleno océano pacífico. Te creía un vallecito oradado año a año por un río tranquilo. No me siento decepcionada. No. Es otra cosa. Como si hubiera descubierto que el gordo peludo disfrazado de bruja en la despedida de soltera tenía tus ojos y el grosor de tus labios y tus mismos gestos y al preguntar su nombre me hubieran dicho: se llama José Sosa y está por casarse con una quetzala llamada Tatiana. Me acerqué a vos y me miraste con los ojos tristes y escondiste la cara entre tus manos. Te dije que no tenías por qué sentir vergüenza. Que lamentaba que no me hayas dicho que sufrías tanto. Te saludé y me fui a la tumba de mi abuelo y dejé las flores que llevaba. Después lo pensé mejor, levanté un clavel blanco y lo llevé a la tumba de tu primera mujer. Vos me agradeciste con la mirada. Te dije que te tomaras tu tiempo, que yo iba a llevar algunas cosas a la casa nueva.

De mi tío Carlos
Juan tormentoso, y eso que hay un sol. Y justo viene de visita mi tío Carlos, que es tan mandíbula cuadrada, músculo duro y piel bronceada, que sería lindo si un hombre fuera lindo cuando tiene un lindo cuerpo, y habla y habla, dice:
Las manos se me acalambran, es por la máquina que uso para cortar las fetas de carne para las milanesas, que es un invento mío, porque la única máquina que existe es muy cara, me viene un taxista y se gasta cuatro pesos y le pregunto cuánto hizo y me dice: le dejé a mi mujer dos pesos para la comida de los pibes, y es así, los tipos éstos se gastan todo en ellos y a la jermu la matan de hambre, y yo le digo a un albañil que no hago más sánguches de jamón crudo porque aumentó al doble el jamón crudo y me dice: bueno y se va enfrente y gasta cuatro pesos en su sánguche y se lo lleva debajo del brazo y después no tiene plata para comer pero no piensa en mañana, ahora dicen que se viene la guerrilla colombiana, los empresarios se están entrevistando con los milicos y el fondo monetario quiere que administre nuestras finanzas el príncipe de Holanda, eso nos pasa por arreglar siempre, bueno, me voy a cuidar el boliche, la dejé a mi jermu con esos tipos que se la pasan mirándole las piernas.

De Juan, ese desconocido
-Juan, José S…
-Se fue antes de las vacaciones.
-Y José Sosa…
-Un invento mío. Una descarga catártica. Qué se yo.
-Y tu terapeuta…
-No lo culpo. Hace lo que puede. No quisiera hacerte sufrir.
-Sos vos el que está sufriendo.
-Ya se me va a pasar. Siempre me pasa.

Del capitán Beto por el espacio
Jazmina, la hija mayor de mi prima Gloria, se está por ir a Londres. La aceptaron como alumna de la escuela de ballet de la Royal Opera House. Aunque Juan está mal lo llevé conmigo a la fiesta de despedida. Jazmina habla poco. Es muy seria. Desde chiquita leía Los elfos toman te en tazas de caramelo, Las hadas y su secreto para mantener lozanas sus alas de cristal, Los hombres pequeños que viven en la punta de las agujas de tejer, y otros libros que la ponían en clima de bella durmiente. Los padres no tienen ni idea de la música clásica. La abuela Francisca sí, pero no habla de eso delante de sus hijas.
El abuelo Beto estaba durmiendo una siesta en su sillón gigante negro ubicado entre pequeños sillones de color beige puestos en filas frente al televisor de cuarenta pulgadas en el que se movían dibujos animados, dibujos que alguien había tirado contra la pantalla haciéndolos deshacerse en un polvillo multicolor. El tío Beto mueve su panza grande como un gigante de cuento. Su cara tiene la placidez de un paisaje de colinas suaves de color rosado por el crepúsculo. Con las cejas levantadas parece sonreír entre sueños. Tiene poco pelo, teñido de negro. Su voz está llena de crestas punteagudas. Una pensaría: tiene un congestionamiento nasofaríngeo, pobre, pero en realidad lo hace porque piensa que los interesados en que se entienda lo que dice son los otros. Abre sus ojos chiquitos y celestes, y dice con voz aguda: están muy graciosos estos dibujos, retomando un monólogo que estaba a mitad de camino cuando se quedó dormido. En el comedor, todas mis primas y algunas de sus amigas prestan atención al relato de Gloria acerca de las pruebas que tuvo que pasar su hija antes de ser aceptada entre las doce que tienen el privilegio de pagar dieciseis mil dólares por año para estudiar en esa escuela del Covent Garden. Me puse contenta porque Juan atacó los sánguches de jamón crudo y los fosforitos de jamón y queso con una expresión de satisfacción que me hizo perder el hilo del relato cuando mi prima iba por la tercera o cuarta clase a la que Jazmina tuvo que asistir antes de volverse la fantasía ralizada de su madre. Me acerqué a Juan y le dije que Beto hizo un plan para sacar adelante al país, que incluye el uso obligatorio de escarapelas en fechas patrias y la compra de maquinaria con bonos del estado. Juan se acercó al sillontrono de mi tiorrey y se puso a hablar con un acaloramiento al que Beto respondía con una sonrisa de: sos vos el que vino a mí, yo no te llamé, pero me gusta que entiendas la importancia. Juan se me acercó y me dijo: es muy interesante tu tío.
-¿Lo decís en serio?
-Sí. Es un nacionalista.
-Nazionalista con zeta de zorro.
-Lo que sea. Solamente un zorro puede acabar con otro.
-¿Y tus ideas de izquierda?
-No hay que ser ingenuo. Necesitamos empresarios que quieran emular a Norteamérica. Tu tío tiene muchos contactos.
-Es un fabricante de muebles.
-Conoce a jueces y a economistas. Hace falta un emprendimiento nacional y popular. Pienso ayudar a tu tío a formar un movimiento político.
-Ya hay muchos partidos, y la gente…
-No un partido tradicional. Una especie de cooperativa interempresaria de pequeñas y medianas empresas. Cada uno financia una pequeña parte del total necesario para la campaña y a cambio obtienen la política económica que más los beneficia.
-Bueno. Si eso te hace feliz…

Del contacto con la luz nocturna
A la noche Juan refunfuñaba dormido. Yo me quedé un rato mirando el foco de luz de la calle que depositaba su polvo amarillo en mi ojo derecho después de hacer pasar su brazo frágil entre dos varillas de la persiana. Me gusta saber que siempre hay un lugar con un gajo de luz que me salpica su zumo dulzón. Necesito una cuerda flexible que me ate a la cama antes de sumergirme en las ondas de mi estanque. Así mi sueño es estar descansando sobre cojines en una góndola mecida por el agua, amarrada por un cable al embarcadero de madera con sus palos decorados con espirales rojiblancas. Si sigo durmiendo después de las ocho horas reglamentarias me empiezo a deslizar hacia aguas revueltas y me siento rodeada por granos de arena que me hacen incómoda la estadía en el sueño como las migas en la cama.

De la importancia de ir al parque de vez en cuando
Una red neuronal en el cerebro de Juan declaró una guerra de secesión y logró invadir su holograma central haciendo estragos al difundirse por su Web. Eso me indujo a someterlo a un shock de blancosol y verdepasto con un agregado de ciertas dosis de azulgris de puntas de alas de cotorras y vibraciones de oleaje de follajes frondosos. Llevamos al parque las reposeras más bajas para que se redujeran los alcances del horizonte de Juan y quedara totalmente envuelto en pastos, palomas, cielo azul y tamborilleo de las hojas al viento. Pero Juan veía las hormigas y proyectaba sobre ellas multitudes del pueblounidojamásserávencido. Pensaba sólo en términos de miles, de millones, en términos de un dios ordenador, un autócrata panzón de poco pelo. Yo miraba los palos borrachos recientemente transplantados, apuntalados con grandes bastones de madera como los que sostienen a la imagen materna puras tetas frente al nene vestido de marinero junto a la playa del Mediterráneo en el cuadro de Dalí. Juan dijo: el plan de tu tío es una porquería.
-Me alegro de que te hayas dado cuenta…
-Pero tu tío me encanta. Tu tío es el indicado.
-Es bonachón y gracioso y nada peligroso en su sillón negro, pero…
-Baila muy bien el tango.
-Sí. También el vals. En el cumpleaños de Jazmina bailé con él y te lleva con una elegancia que te podés entregar sabiendo que no te vas a tropezar.
-Necesitamos un presidente que sepa bailar el tango.
-Pero le gusta más el carnaval carioca.
-Si gana Lula en Brasil, podemos extender la revolución microempresaria…
-Me alegra mucho que hayas encontrado algo que te entusiasme, Juan, pero hay remedios que…
-Se pone a hacer un discurso en forma solemne, después habla con tono campechano y termina en un chiste. Así muestra que ve los problemas pasajeros con los ojos de la eternidad. Es de buena posición, pero no está apegado a los bienes materiales. Es capaz de coimear a un juez, pero puede ser el hombre más recto y respetuoso de la ley si la causa lo amerita. Sabe que el espíritu de los pueblos cabalga sobre su pensamiento como sobre un caballo blanco de crines agitadas y solo necesita el mediador adecuado para que del magma creativo de sus aspiraciones salga un discurso de aristas claras, bien delimitado, que ponga a los súbditos de rodillas ante los rayos de su genio. Ay. ¿Por qué me pateaste?
-Si caminás con los pies en el aire te vas a pegar un porrazo.
Metí la pata, como mi mamá. Es sabido que si le decís a un nene: no te metas porotos en las orejas que te van a brotar por la humedad y después van a tener que operarte y sin anestesia, es mejor que compres boletas de consulta para especialista en el local de tu obra social más cercano a tu domicilio.

De un jardín que es un universo
El jardín del museo Larreta. Los cercos cuadrados de ligustrina que contienen a las magnolias de hojas tan verdes y esos frutos como piñas blandas de cachetes rosados, las palmeras gusanos coquetos con sombrero de plumas asomando a los caminos empedrados y grises, los sapos de cerámica flanqueando la fuente andaluza, las hortensias con su flor de flores como ramilletes de mariposas verdirrosas. Pero sobre todo el ombú, esa aspiración celeste de la tierra, que suelta sus collares amarillos de frutos con aroma a uva chinche, con el pie veteado por el musgo, que extiende su follaje nube de tormenta. Ese ombú tiene algo de rinoceronte, de megaterio, es un deseo de montaña, un fenómeno meteorológico con sus propios vientos, sus lluvias, sus sequías, sus primaveras. Es más grande que cualquier obra de un hombre. No por el tamaño. Es otra cosa. Es esa confluencia de rugosidades, ese aire de accidente geográfico. Uno lo ve y piensa en cascadas deslizándose por el tronco, en colonias de pájaros e insectos viviendo en sus ramas, comiendo sus frutos, recorriéndolo toda una vida sin llegar a sus confines, sin atreverse a cruzar el camino de tierra y pedregullo que lo separa de los otros árboles del jardín. Pero lo más lindo es mirar desde la puerta de la habitación la cama mullida con ondas de madera negra. Acostado en ella Larreta miraría las ventanas grandes de bordes claros a través de las cuales asomaban fragmentos selectos de jardín como cuadros movientes, sin estar sometido a las picaduras de mosquitos y las cooperativas bebedoras de sol de los jejenes.

De la escritura de Juan
-¿Tatiana, te gusta cómo escribo?
-Escribís lindo, pero algunas de tus metáforas son falsas. El sueño no es una flor, es un oleaje. La cama sí es flor, porque es la sede de la fecundación y del deseo. Y el polen es la arena picosa en el oleaje del sueño.

De los gitanos
Voy a espiar a los gitanos que están a la vuelta de casa y me encuentro con un afiche con mi tío Beto disfrazado de gaucho tomando mate y abajo la frase VOTE ARGENTINO. Pienso: seguro es una ocurrencia de Juan. Me detengo deslumbrada por la luz que sale de ese comedor gigante con grandes ventanas y la puerta abierta, en el que cuatro hombres con camisas de colores conversan sentados a la mesa, mientras mujeres de caderas imposibles y senos increíbles, agitando con el movimiento los bordes de sus faldas livianas cubiertas de flores, les sirven masas redondas con azúcar impalpable. Me miran. Yo les sonrío y los saludo con una mano en alto. Les digo que salí a caminar porque la noche está linda. No me contestan. Se limitan a mirarse entre ellos. Cruzo a la vereda de enfrente y los sigo espiando. En el mate ponen un pedazo de fruta, unas hebras de té, chupan, escupen, y después siguen chupando como si fumaran un naguile. Hablan de cosas enormes con la seriedad tranquila de los jugadores de ajedrez. Para ellos la vida es tan sencilla como para el agua de un río. Se trata de correr, de seguir el declive, de regular la velocidad según el mandato de la lluvia que cae en su fuente.

Del placer de vivir en dos casas
Es un placer vivir entre el departamento y mi casa nueva. En el depto está el baño con cerámicas beiges y guardas de colores, de techo bajo y olor a lavanda, siempre la luz artificial de las tulipas rosas. En casa está el baño con una banderola que da al jardín con parra y plantas de tomate, con flores silvestres como petardos reventados en la enredadera detenida por mi mano al pie de los canteros, el techo alto, el olor silvestre, el cielorraso azul, los azulejos blancos. En el depto está Juan diagramando afiches, escribiendo discursos, reuniendo socios capitalistas para las campañas, tipos vestidos con trajes azules o negros, con corbatas a rayas amarillas, con corbatas con gatos o canarios o patos de dibujo animado, con corbatas con vistas de Atenas o de Bagdad. Tipos que llenan el hall de la entrada, que ocupan los sillones y el sofá y toman un café con cafeína, o sin cafeína, o un cortado, que sonríen cuando Juan dice algo que les produce un placer similar al de su cuerpo descansando en el almohadón, su garganta caldeada por el líquido rasposo azucarado, el recuerdo de la vendedora diciéndoles que eligieron la mejor corbata. Me gusta que Juan tenga proyectos y socios y gente que lo escucha. Pero también me gusta deslizarme hasta la cocina de la casa vieja, separada del resto, donde puedo hervir agua para hacerme un café de esos que vienen en saquitos. Y mientras el humo me hace saltar gotas de sudor en la cara puedo seguir el recorrido de alguna ristra de hojas salvajes o los rizos largos con los que una rama con uvas maduras y hojas de Adanyeva se ata al armazón amoratado por la herrumbre que sostiene el parral.

De un recuerdo, y cómo se produce
Los recuerdos se parecen mucho a los sueños. Cuando miro la parra surge una imagen que se le superpone, que empieza por darle una tonalidad amarillenta con algunos brillos plateados. Y si enfoco la atención como quien enfoca la vista para verse la nariz, aparecen piedras de color negro, blanco y amarillo separadas por esferas metálicas en un collar de fantasía que mi mamá acaba de sacar de un cofre dorado y rojo, forrado por adentro con terciopelo, como una garganta. Tiene una lengua debajo de la cual un mecanismo de relojería mueve un cilindro de bronce con pinchitos que hacen saltar unas lengüetas alineadas como teclas de piano. Encima de la lengua de terciopelo da vueltas una plataforma blanca con una bailarina de ballet que tiene una pierna en punta de pie y la otra arqueada, con el pie apoyado en la rodilla de la primera pierna, de la pierna danzarina, y los brazos estirados. Hace tirabuzones cuando la plataforma gira en forma irregular, deteniéndose un poco en cada vuelta, como el cuello de una mujer que se mueve bruscamente para liberar el mechón de pelo que cubre su ojo izquierdo.
En el mismo cajón de la cómoda de madera oscura hay unos aros que parecen flores, y en el centro de cada uno una perla blanquigris de las verdaderas, y un prendedor que en lugar de tallo para la flor tiene un alfiler enorme para adherirse fuerte a un tapado de piel gris y blanca con olor a naftalina que se ve a través de la puerta abierta del ropero. También hay dos estuches de metal esponjoso conteniendo dos relojes de oro que no brillan mucho pero son de oro, oro la máquina y oro la malla que es realmente malla porque parece una cota de malla. Un regalo de bisabuelo para el casamiento, cuando se regalaban joyas verdaderas porque si había guerra podían empeñarse para comprar el pan de centeno y la leche de los chicos.

De la casa del sin casa
Se trata de lo siguiente: tenés que pensar un piso de tierra, un techo de cielo, cómodas y sillas de arbustos y plantas. Una escoba, un colchón, ropa colgada de las ramas como hojas raras, una caja de cartón, algunas bolsas de basura con cosas personales. Así es la casa en la que vive un mendigo de parque Rivadavia. Un tipo de pelo y barba larga bien peinados, que camina despacio con sus ojotas estropeadas. Tiene muda de ropa y la lava en quiensabedónde, probablemente en los baños de la facultad de filosofía y letras. Puede ser que incluso estudie ahí usando su opípara biblioteca. Va al baño químico de la plaza para hacer sus necesidades y vive del pan y de la fruta que le dan unos negocios ubicados enfrente de la plaza. Tiene tanto tiempo libre que su pensamiento debe haber tejido bufandas y chales kilométricos para abrazar a todos los árboles del parque. Me lo imagino contemplando el ombú, que es un mundo en sí mismo, cuyo tronco principal se murió y sin embargo tiene brotes que se alimentan de sus propios restos y que estallan en una alegre pirotecnia verde. Ombú rodeado por una reja que evita que los chicos de la escuela graben en su tronco corazones flechados. Puede ser que ese mendigo haya descubierto que todo está ahí, aunque muy chiquito, y se agranda al prestarle atención. Todo quiere decir el pequeño dolor que no es dolor hasta que digo: me duele, el pequeño recuerdo de mi bisabuelo que no es recuerdo hasta que digo: ay, mi bisabuelo, o ese minicalefón de sangre llamado corazón, hasta que digo: me salta de alegría el corazón.

De Juan, como patriota
Juan escribe:
Cabral soldado heroico cubriéndose de gloria. Cual precio a la victoria, su vida rinde, haciéndose inmortal.

De Juan y la política
-Lo único que quiero es que tu tío sea presidente para que me nombre ministro de educación.
-¿Y qué harías?
-Establecería exámenes para maestros, manuales anticientificistas, clases de educación cívica y moral. Y antes que nada, una deificación de tu tío, convertirlo en un espíritu paternal que acabe con el pachamamismo que hace que todos miremos a Europa buscando una madre patria.

No hay comentarios: